domingo, 14 de agosto de 2011

Jerónimo, el libre


JERONIMO; hombre libre

“¡Te ves tan indefenso con el pañal blanco y tu camisa azul!”

Nunca te tuve cerca a mis ojos. Jamás conocí tu rostro ni tus ideas y sentimientos ya que el tiempo y el espacio se empeñaron en alejarnos, en no dejarnos conocer, en impedir que fuésemos amigos.

Nací varios años antes de que naciera tu madre, por eso pertenezco a una generación que creía que  las diferencias desaparecían cuando se las ignoraba; y, en una provincia ubicada al norte del Ecuador, mientras que tu nacías en una provincia austral; en ambas, en la tuya y en  la mía, como en todas las del país,  la ignorancia era una forma de vivir: ocultar a la mente, por ejemplo, las causas biológicas que provocan  las diferencias  en el color de piel, en el tamaño de las personas o simplemente en su comportamiento. No eramos culpables de haber nacido en la sociedad que nacimos, pero sí teníamos la obligación de modificar comportamientos y no siempre estuvimos a la altura de esas responsabilidades.

La primera vez que conocí de tu existencia, ya tú habías aprendido a volar sin límites, te habías apoderado de todo el espacio y ni soles ni astros podían impedir tu presencia. Eras libre en la inmensidad del infinito sin tiempo ni espacio. Así es que nada hacía prever que algún día te conocería y te sintiera mi amigo.

“Sé que es un ángel; le gusta sonreír y dejar que lo abracen; siente un placer especial con la música; se queda muy quieto cuando coloco cajas musicales a su alrededor o cuando dejo que oiga muy suaves canciones para contemplar su alegría o los ligeros estremecimientos que lo sacuden, demostrando su agrado y felicidad”.

Es que, sabes Jerónimo, tu madre escribió tu historia. Podría suponer que fue una catarsis al que ella debe haberse sometido para extraer el dolor que debe haberse anidado en su espíritu cuando te fuiste. Podría, también, suponer que ella escribió tu historia para que otras madres, de niños especiales como tú, puedan mirar desde otra óptica la presencia en sus vidas de seres diferentes. Podría, en fin, podría usar mi imaginación hasta el infinito, tratando de entender la razón o las razones que tuvo la escritora; pero, sabes, la verdad sólo la tiene ella misma; a mí, no me interesa adentrarme en sus ideas; lo que yo quiero es conversar contigo porque de alguna manera eres el representante de lo “diferente”, de los pequeños o grandes seres que deben sufrir el dolor de no ser iguales, de ser ángeles que abren la mente de quienes por temor o cobardía no queremos entender que la vida es hermosa porque es el escenario donde múltiples, millones, la verdad, de actores  tocan diversos instrumentos, miran en blanco o negro o deciden hacerlo tras el cristal de uno de los colores del arcoíris.

“Jerónimo: oigo decir a las madres que sus hijos sacan buenas calificaciones, que progresan día a día, que luego serán personas  importantes, y sonrío. Te he aceptado como eres, después de la sorpresa, de la angustia, del creer que el mundo se acaba y que nada tiene sentido; he comprendido: eres un niño especial, nacido para ser querido y rodeado de atención”.

Hace poco más de veinte años, es decir, cuando tú viniste a este mundo, nuestro país, el tuyo y el mío, no estaba consciente de que los seres diferentes tenían, al igual que todos, un cuerpo que presentaba alguna anomalía, una inteligencia, enfocada en determinados temas y en ocasiones superior a la normal, sentimientos y emociones muy a flor de piel, lo que les empujaba a reír y a llorar con verdad y dignidad.

Han pasado varias décadas desde tu visita a esta tierra, ahora en el Ecuador, los seres como tú tienen abierto muchos espacios; no son suficientes es verdad; tampoco son sinceros, aún quedan rezagos de caridad que no de justicia, de conmiseración que no de entendimiento, pero espacios al fin de los que se vienen aprovechando niños y jóvenes como tú, que muestran al mundo la sensibilidad en el arte. La orquesta de SINAMUNE es un buen ejemplo de ello, allí en sus conciertos, a más de la finura y técnica en la interpretación de los instrumentos, brilla la emoción y los sentimientos con los que sus intérpretes sienten la música y la viven.
También, de unos años a esta parte, una fundación encontró en el deporte, el sitio especial en el cual, los niños y jóvenes con síndrome de Dawn, muestran su fortaleza, su concentración y su afán de perfeccionar su solidaridad. Imagínate,  muchos de ellos han participado en competencias deportivas internacionales, las “Olimpíadas Especiales” con jóvenes de todo el mundo y han logrado ubicarse en los primeros lugares. ¡Ah! Pero eso sí, el primer lugar en la alegría de participar y en la solidaridad demostrada dentro y fuera de la cancha no los quita nadie, porque nadie siente como ellos el valor de “compartir”.    

“Jerónimo, eres mío, mío, más que ningún otro hijo que la vida pueda regalarme; me necesitas y yo a ti. Tu serás siempre el compañero alegre, el angelito empeñoso en aparecer limitado para probar a las gentes, no obstante poseer en el fondo de tus ojos una chispita traviesa, que a veces ilumina cuando  se siente aceptado y comprendido, o se apaga desilusionada cuando alguien cree que debe compadecerlo o lo piensa como un obstáculo para sus padres”.

“Aspira el aire con deleite, sus manos expresivas se tienden hacia arriba tratando de atrapar algún ser alado de esa gama infinita que se le muestran a cada instante: motas de polvo que brillan, briznas de hierva casi inimaginables para mí, polen de color amarillo que se dirigen en remolino a fecundar otra flor; son tantas cosas lindas que no pasan desapercibidas para él; el color de los tomates colgados de los árboles, esa rosa mertiolate que ha dejado de ser botón, el deslizarse cauteloso de las patitas de algún pájaro”.

Ya ves, pequeño Jerónimo, por qué me animé a escribirte. Ahora comprenderás las razones que tuve para decirte que eres como el símbolo de un proceso que a lo largo del tiempo hemos tenido que emprender los seres humanos, con el objetivo de incluir y no excluir a los diferentes, a los “maravillosos angelitos” al decir de tu madre, la autora del libro, como parte de nuestra vida y hacerlo con el corazón abierto y sincero, sin compasiones hipócritas ni con ambiciones desmedidas.

“Jerónimo es así; no le interesa aprender a manejar la cuchara o erguirse derecho, tampoco cree que tenga importancia que su cuello sea poco firme; para él es mucho más valioso conversar en lenguaje misterioso con la brisa o con las gotas de agua que se le quedan en el rostro cuando lo baño. Le deja un sabor verdaderamente delicioso el saber que lo queremos.

Somos tan breves, tan pasajeros. Jerónimo; no importa el tiempo que se viva, sino la huella que esa vida deja en otros seres humanos, y tu huella es grande en mi espíritu”.

Desde que abandonaste este mundo, ya no tienes límites. Vuelas por todos los cielos, conversas con Dios y con todas las criaturas, sin importar color, género o idioma, porque tienes, como todos los tuyos el espíritu libre de las vulgares ataduras que aun nos estorban a los que aun permanecemos en esta tierra.

“Ya no tiene limitaciones. Se levanta completamente erguido, corre y también puede volar”.

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