domingo, 28 de agosto de 2011

Ecuador en agosto


EL ECUADOR EN AGOSTO

El mes de agosto tiene para la historia del Ecuador, un no se que….
Allá, cuando apenas amanecía el siglo XIX y en agosto 10 de 1809, Quito gritaba su libertad, claro que los españoles realistas no se quedaron quietos y casi un año después, el 2 de agosto de 1810 masacraron a los vecinos de esta rebelde ciudad.

En honor a los hombres y mujeres de estas revueltas, batallas y guerras, cuando surgió la República del Ecuador, el 10 de agosto de cada 4 años, fue reservado para que el ciudadano que fuera elegido como Presidente asumiera de sus responsabilidades; pero claro, muchas veces confundieron responsabilidades con privilegios y no siempre cumplieron sus 4 años. Dictaduras y tiranías, también estuvieron presentes en esta historia, por lo que no puede garantizarse que siempre en agosto 10, se escribieron todas las páginas.
Pero, bueno, ahora no quiero hablarles de esas gestas llenas de héroes y de guerreros que dignificaron sus vidas en aras de un ideal de libertad. Ahora más bien quiero contarles de otros agostos, de unos que destruyeron pueblos y enterraron a sus gentes, que provocaron muerte, dolor, lágrimas; pero que no pudieron robar las esperanzas e impedir que surja el esfuerzo y la solidaridad.

El primer agosto negro está ya lejano en el tiempo, ha transcurrido ciento cuarenta y tres años desde aquella madrugada (01H45) del 16 de agosto de 1868, en que las placas tectónicas, ubicadas en Imbabura desataron las fuerzas del infierno y desbastaron la provincia. El Dr. Fernando Pérez, en ese instante Jefe Político de Ibarra, en su informe al Gobierno Central, dice que en Ibarra existen 9.700 muertos y apenas 553 ilesos; en Otavalo 6.000 muertos; en Cotacachi, 3.400 muertos; en Atuntaqui, 2000; y, en Tulcan, 60. Para comprender la dimensión de la tragedia diremos que en Otavalo no quedó una sola edificación en pié, ni siquiera un muro de 1 metro de alto logró resistir al terremoto y cayó a los suelos;  en Ibarra, apenas unas pocas, mientras que en Atuntaqui y en Cotacachi el número de “casas en pié” se contaban con las manos”.
Setenta años después (70), otro terremoto habría de sacudir la serranía ecuatoriana. El valle de los Chillos, zona donde estaban asentadas las haciendas que brindaban el alimento a la capital y, por supuesto, la hacienda donde el 25 de diciembre de 1808 se reunieron Juan Pío Montúfar, marqués de Selva Alegre, algunos amigos y parientes para analizar los sucesos de España y la idea de constituir una junta que asumiera la soberanía. La conspiración fue descubierta y sus líderes apresados en marzo de 1809. Sin embargo no se les pudo probar nada y fueron liberados. Allí, entonces, ese punto geográfico inicial de lo que sería el Primer Grito de la Independencia, sintió la fuerza de la naturaleza y aunque no se contabilizaron víctimas mortales, el sacudón provocó severos daños en las casas, nuevas fuentes de aguas termales brotaron mientras otras desaparecieron. Hubo deslizamientos de tierras en los cerros circundantes y un ambiente apestoso a azufre quedó flotando varios días en la zona.

Luego, el viernes 05 de agosto de 1949, a las 14H10,  las placas tectónicas en el Ecuador volvieron a reacomodarse, provocando un terremoto de tal magnitud, que una testigo al tratar de explicar su vivencia dijo: “Era como las olas del mar, pero no de agua sino de tierra”. Según los expertos,  esas "olas" reciben el nombre de "ondas visibles" y fueron solo algunos de los eventos que los tungurahuenses sufrieron durante los 40 segundos del destructivo terremoto de 7,8 grados en la escala de Ritcher que asoló la Sierra central del Ecuador.

De acuerdo al Instituto Geofísico (IG), ese episodio telúrico fue de efectos catastróficos, y  quitó la vida a 6 000 personas, arrasó con 50 poblados y afectó a tres provincias: Tungurahua, Chimborazo y Cotopaxi.  

Conocido en la historia como el terremoto de Ambato, tuvo como epicentro la población de Pelileo que desapareció bajo tierra, mientras los poblados aledaños vieron con pánico la destrucción de sus viviendas y la muerte de muchos vecinos.

No habría de terminar el siglo XX, cuando el 04 de agosto de 1998, esta vez en la Costa de Manabí otro evento telúrico provocaría pánico entre los habitantes de la región. 

Todos estos eventos configuran una realidad: el Ecuador es, como todos sabemos, un país asentado entre dos ramales importantes de la Cordillera de los Andes, y siendo América un continente joven, en términos geológicos, su suelo aun es inestable, inseguro y proclive a fuertes y continuos terremotos, tanto a los de origen telúrico como a los de actividad volcánica.
La ciencia y la tecnología deberían ser la fuente de los conocimientos que permitan amenguar las consecuencias de estos movimientos, pero los humanos, necios como somos, preferimos ignorar las enseñanzas de las experiencias y acudimos a una pasividad malsana basada en un conformismo religioso francamente frustrante. 

En todos estos temblores, las edificaciones en base a tierra, sin estructura ni argamasa rodaron por tierra, sin brindar ningún tipo de protección a sus moradores. Quizás en el terremoto de Ibarra podría pensarse este hecho como justificativo a la tragedia que se produjo; pero nadie aprendió y en el terremoto de Ambato, es decir, cuando habían transcurrido 81 años, se evidenció que las construcciones seguían siendo de adobe o adobón, y claro, las consecuencias también fueron catastróficas.

Cuándo sucedió el terremoto de Manabí, parecía que las cosas habían cambiado; muchas de las casas de las ciudades y de las zonas rurales donde se sintió con más fuerza el sacudón,  ya habían empleado otros materiales y sistemas de construcción recomendados para resistirlos: paredes de ladrillos o  de bloques sustentadas en pilares de cemento y hierro y por eso, las pérdidas a lamentar fueron menores que en los otros dos terremotos mencionados.

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