domingo, 4 de diciembre de 2011

El Show debe continuar

EL ESPECTÁCULO DEBE CONTINUAR

“Cuando yo hice teatro serio con Marco Barahona, dábamos una función en Cuenca y ahí, a él se le murió un hijo tierno. Y Marco Barahona dejó velando el cadáver de su hijo en la habitación del hotel donde estábamos hospedados y fue a dar la función, porque el público no tenía por qué salir defraudado puesto que ya había  pagado su entrada y esperaba la obra. El respeto al público es básico. El actor que no respeta la público no se respeta a sí mismo”.
Alguna vez leí esta declaración de Ernesto Albán al periodista Francisco Febres Cordero, publicada en el diario El Tiempo, de Quito y comprendí el por qué del éxito de este gran actor.
Cada época tiene sus representantes, ciertos personajes que logran extraer los valores intrínsecos de una sociedad y los exponen a la luz, para que sus hombres y mujeres puedan reconocerlos y valorarlos.
No siempre esos personajes coinciden con los líderes políticos o sociales, por el contrario, la mayoría de las veces, son parias o, al menos, periféricos, que no comparten las mieles del poder sino las hieles del sufrimiento y de la desesperanza del día a día. Conocen intuitiva o catedráticamente la esencia popular, aquellos valores, pensamientos y sentimientos que pertenecen al pueblo que lo representan.
El arte se transforma en el vehículo apropiado para esta expresión. La pintura, la escultura, la escritura son armas poderosas para expresar lo que vive en el interior de un pueblo. Los artistas son más apreciados en la medida que logran interpretar con sus obras esa esencia popular.
Desde la Grecia antigua, los actores llevaban máscaras para no ser reconocidos en el escenario como personas de carne y hueso, sino como personajes investidos de cualidades y defectos propios de su época y de su pueblo; pero las tramas que representaban cargan los dramas humanos, sus pasiones, sus odios, sus ideas, sus amores, sus esperanzas, sus relaciones con los dioses. Desde entonces, el teatro ha sido el reflejo real o distorsionado de la realidad.
El siglo pasado está marcado por la guerra. La violencia desatada fue tan cruel que, literalmente, la sangre cubrió todo un continente, y al otro lado del mundo una bomba abrió las puertas del infierno atómico. Millones de seres humanos perdieron la vida y otros tanto lo perdieron todo, incluso su dignidad. Así en ese contexto no es de extrañarse que la humanidad quisiera reírse para esconder su llanto. El drama dio paso al sainete, a la ironía, a la inteligente brillantez del doble sentido para implorar la presencia de la risa que alejara la oscuridad del dolor vivido.

 
Charles Chaplin fue la figura más representativa de esta época.  Charlot tuvo tanta fuerza, fue tan verdadera que, a veces, creo que se tragó al propio Chaplin. Charlot vive independiente de Chaplin, pero este no existe sin aquel.
En la joven América, otro personaje similar habría de aparecer. Cantinflas, nombre que se tragó al de Mario Moreno. El segundo fue decisión de sus padres, el primero fue adoptado por el artista y conocido por su pueblo.
Entre nosotros, habría de nacer otro de estos personajes destinados a representar el alma popular: Don Evaristo Corral y Chancleta, nombre no tuvo empacho en hacer desaparecer al de Ernesto Albán, con el que le bautizaron a quien le prestó su figura.
Estos tres personajes tienen mucho en común. Ellos nacieron y vivieron en una época de depresión colectiva, en la que la angustia y la pobreza se sumergía en la violencia. La primera guerra mundial, la gran depresión y los preparativos para la segunda gran guerra no pudieron impedir su nacimiento, ni su surgimiento.
Los tres son de pequeña estatura física, con un aire de grandeza que no podía  esconder sus flaquezas y miserias. Vestían  un traje parchado y raído por el tiempo que les daba cierta independencia intelectual para decir y hacer lo que quisieran camuflándose entre los ricos y afortunados, pero perteneciendo  a los pobres y desheredados de la tierra.
Don Evaristo no tuvo la fortuna de nacer en un país donde la industria del cine podía transportarle más allá de sus propias fronteras, cosa que si tuvieron Charlot y Cantinflas. Pero los tres se hermanan en su arte, en su capacidad de arrancar de sus públicos esa carcajada estentórea que nace al momento de perder el miedo al ridículo y esa sonrisa que nace de las lágrimas.
Ernesto Albán Mosquera fue el cuarto hijo del hogar formado por el Dr. Luis Alfonso Albán  y doña Dolores Mosquera Veloz. Nació en 1912 en Ambato, capital de la provincia del Tungurahua, y jardín de flores y frutas.
Huérfano desde temprana edad, (2 años) debió vivir su infancia bajo los cuidados de una tía suya Herlinda Mosquera, con quién debió emprender el éxodo hacia la capital de la República. Allí estudió la primaria hasta que nuevamente le visitó la horfandad. Su tía murió cuando tenía 10 de edad, por lo que debió retornar a Ambato al cuidado de sus hermanos mayores.
En su ciudad natal cursó la secundaria. Estando en ella, el Rector del Colegio comprendió que este niño estaba destinado a vivir del arte, por lo que solicitó a la Municipalidad del Cantón se le conceda una beca para estudiar en Quito, música, canto y declamación.
Con esa beca pudo ingresar en el Conservatorio donde estudió 7 años, graduándose de Oboista, sin embargo serían las clases de declamación las que le permitirían ingresar a la compañía de teatro de Telmo Vásconez, donde empieza su carrera artística.
Giras por todo el país le ponen en contacto con la gente, con el pueblo, aprendiendo a conocerlo, a sentir sus angustias y necesidades, a reír con los hombres y mujeres que cada  noche colmaban las butacas de los teatros donde se presentaba esta compañía teatral.
Un día, igual que el anterior pero diferente al del día siguiente, Ernesto Albán conoce a Don Evaristo Corral y Chancleta, personaje creado por el periodista y escritor Alfonso García Muñoz.
Este periodista escribía una columna costumbrista en el diario El Comercio de Quito, a la que titulaba  “Estampas de mi ciudad”. Para ser más real y vívida a su columna se le ocurrió crear este personaje, sin imaginar siquiera que habría de suceder lo que siempre sucede cuando se comprende a su pueblo. El personaje rebasó su propiedad y adquirió vida propia. Salió volando del papel periódico para encarnarse en Ernesto Albán, y éste tampoco se dio cuenta de que el personaje habría de apropiarse de su identidad.
Don Evaristo Corral y Chancleta habría “de dar diciendo” al pueblo ecuatoriano, aquellas ideas y frases que el pueblo pensaba pero que no atinaba a ponerles palabras. Sin miedo ni favor, Evaristo era la voz del pueblo que con ironías y sin tapujos desnudaba los intersticios del poder. Ningún gobernante ni líder político salió bien librado de sus frases. Todos le tenían miedo porque la carcajada que arrancaba al pueblo no era ofensiva, simplemente era verdad; y la verdad como dice el poeta, “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.
Cuarenta y seis años se encarnó Evaristo Corral y Chancleta; cuarenta y seis años que se vistió con la misma ropa, que recorrió todos los rincones del Ecuador, que descubrió a su pueblo y consiguió de él, una entrega total. Se fundieron en uno solo.
Sólo la muerte pudo devolver a Ernesto Albán su identidad. Pero, la verdad no estoy seguro, no se si en la eternidad Ernesto Albán se llama así, o Evaristo sigue haciendo de las suyas, arrancando risas y sonrisas a las buenas almas que seguramente allí habitan.

domingo, 28 de agosto de 2011

La televisión y la política










LA TELEVISIÓN ECUATORIANA Y LA POLÍTICA.


¡Oiga, don Edison, el director dice que usted debe dirigirse a la cámara 2!
--¿Dónde está la cámara 2?
--Aquí, don Edison.—
OK.
Listo, don Edison. Contando:  5….4…..3…….dos
“Señoras y señores, interrumpimos brevemente nuestra programación regular, para darles a conocer una noticia de última hora y que por su trascendencia, afecta la vida de todos los ecuatorianos.

Se nos ha informado que las negociaciones que se están llevando a cabo, en el Ministerio de Defensa Nacional, entre el elemento armado y una representación de la ciudadanía, está dando sus frutos. Existe ya una lista de ilustres ecuatorianos en los que han coincido ambas partes, y se espera que en poco tiempo más, el Ecuador pueda ya contar con un presidente interino para que la normalidad vuelva a este país.

En esa lista están los nombres de los líderes de los partidos políticos, banqueros, personajes de reconocida prestancia profesional y ética de entre los cuáles saldrá el tan esperado presidente interino de la República, quién tendrá el encargo de llamar elecciones y llevar al país al camino democrático”.

..........
 Palabras más, palabras menos, así debe haber sido ese 29 de marzo de 1966, fecha en la que en el Ministerio de Defensa, se decidía, entre los propios militares y una Junta de Notables, (así se llamaban los líderes de los partidos políticos y los representantes de los sectores productivos del país) quién sería el ecuatoriano que debía tomar el Poder, tras la caída de la Junta Militar de Gobierno, presidida por el Contralmirante Ramón Castro Jijón.





Para ese año, la televisión en el Ecuador ya era una realidad cotidiana. Claro que era en blanco y negro, y dos estaciones se disputaban la, cada día más creciente audiencia de la capital. Canal 4, era propiedad de la Iglesia Protestante, y era mantenida con los aportes de sus fieles, tanto los nacionales como los de otros países. Formaba parte de la estación de radio HCJB que por décadas había transmitido desde el Ecuador y sus antenas transmitían en varias frecuencias a todo el mundo y en 33 idiomas.

La otra estación era Canal 6, de propiedad, al menos, mayoritariamente del Sr. Presley Norton, quién también poseía acciones en la compañía de Cervezas “La Victoria”. Con ese respaldo económico, la estación transmitía desde la loma del Itchimbía, al oriente de la ciudad.

Poco a poco, los habitantes de Quito se iban acostumbrando a los programas televisivos, entre los que no podía faltar, los incipientes telediarios que reproducían, casi al pie de la letra, las noticias radiales. 

Por supuesto, aún no existían las cámaras portátiles, ni siquiera para el blanco y negro, y por eso, eran los locutores, generalmente tomados de las estaciones de radio locales, con voz grave y entonación teatral, quienes leían los textos preparados por los primeros periodistas de televisión. Entre ellos estaba Edison Terán, locutor de Radio Quito que había llegado a Canal 6 con la idea de producción de un programa semanal llamado Telepulso, que no era otra cosa que una mesa redonda, en la que participaban varios periodistas de la Unión Nacional de Periodistas –UNP- y uno o dos invitados, especialmente figuras políticas, que se sometían a un interrogatorio que duraba 1 hora.

Edison era el conductor del programa y poco a poco se fue involucrando en el telediario del Canal.
……..

El 29 de marzo amaneció nublado. El cielo de Quito cubierto de nubes presagiaba llover. Las calles de Quito, grises, presagiaban dolor. Los estudiantes de la Universidad Central, días antes se habían declarado en huelga y salían a las calles a enfrentarse con la Policía.  El gobierno dictatorial no encontró mejor manera de sofocar la revuelta que ordenando un grupo de Paracaidistas que ingresara a los predios universitarios, violando la Autonomía universitaria, lo que encendió mucho más la revuelta estudiantil.

El 26 de ese mes y año, la rebelión pagó un precio muy alto, con la muerte de una mujer, testigo inocente de los enfrentamientos, que cayó víctima del golpe recibido al caer una bomba lacrimógena en su cabeza. La violencia se tornó general y el gobierno no pudo sostenerse.

Al amanecer de ese 29, el país conoció la noticia de que la Junta Militar de Gobierno, ya no gobernaba más. Empezaron los cabildeos.
…………….

Los militares y los miembros de esa Junta de Notables, no coincidían en un nombre. Los líderes de los partidos eran rechazados con vehemencia por los militares; ciertos representantes de las Cámaras de la Producción sufrían rechazo de otros sectores; nadie quería ceder, pero era imprescindible encontrar un nombre que se hiciera cargo de tan delicada función.

Por su parte, la ciudadanía seguía con ansias esas conversaciones, con la esperanza de que la paz retornara a las calles de Quito y de otras ciudades que se había unido a las protestas.

En ese contexto, el reciente medio de comunicación: la televisión vino a jugar el papel de intermediación entre los dialogantes y los ciudadanos. Cada cierto tiempo, Edison Terán, aparecía en la pantalla de Canal 6, con supuestos nombres de los posibles Presidentes Interinos. Era como un globo de ensayo, para conocer cuál sería la reacción de la ciudadanía ante tal o cual nombre.

Pero, el ejercicio era en dos vías, también se mencionaba otros nombres para que los negociadores supieran que entre otros grupos de ciudadanos circulaban esos personajes con cierta aceptación ciudadana.

Horas de negociaciones y cabildeos no rendía los frutos esperados. Tenía que hallarse, entonces, un nombre de un personaje que no estuviera ligado a ningún grupo de presión o, al menos, que tuviera la suficiente independencia de criterio como para actuar fuera su control.
…………..


Nadie sabe con certeza, ni siquiera él mismo, las veces en que Edison Terán interrumpió la “programación regular” del canal. Lo único cierto es que alrededor de las 18h00, anunció que el nombre escogido había sido el del Dr. Clemente Yerovi Indaburo, un patriarca Guayaquileño, que nunca había pertenecido a partido político alguno y que sus lazos  de unión con los dirigentes de Cámaras y gremiales eran de carácter estrictamente social y de dignidad. Por eso nadie se extrañó que al posesionarse de su cargo de Presidente Interino de la República, anunciara que tras la puerta del despacho presidencial estaría siempre su maleta lista para retirarse y volver al seno de su hogar.

Hablar de la presidencia de este personaje, sería otra historia. Ahora sólo quería contarles de cómo él llegó a ocupar este puesto, y de cómo la incipiente televisión jugó el papel de enlace en los devaneos de la política ecuatoriana.    

Ecuador en agosto


EL ECUADOR EN AGOSTO

El mes de agosto tiene para la historia del Ecuador, un no se que….
Allá, cuando apenas amanecía el siglo XIX y en agosto 10 de 1809, Quito gritaba su libertad, claro que los españoles realistas no se quedaron quietos y casi un año después, el 2 de agosto de 1810 masacraron a los vecinos de esta rebelde ciudad.

En honor a los hombres y mujeres de estas revueltas, batallas y guerras, cuando surgió la República del Ecuador, el 10 de agosto de cada 4 años, fue reservado para que el ciudadano que fuera elegido como Presidente asumiera de sus responsabilidades; pero claro, muchas veces confundieron responsabilidades con privilegios y no siempre cumplieron sus 4 años. Dictaduras y tiranías, también estuvieron presentes en esta historia, por lo que no puede garantizarse que siempre en agosto 10, se escribieron todas las páginas.
Pero, bueno, ahora no quiero hablarles de esas gestas llenas de héroes y de guerreros que dignificaron sus vidas en aras de un ideal de libertad. Ahora más bien quiero contarles de otros agostos, de unos que destruyeron pueblos y enterraron a sus gentes, que provocaron muerte, dolor, lágrimas; pero que no pudieron robar las esperanzas e impedir que surja el esfuerzo y la solidaridad.

El primer agosto negro está ya lejano en el tiempo, ha transcurrido ciento cuarenta y tres años desde aquella madrugada (01H45) del 16 de agosto de 1868, en que las placas tectónicas, ubicadas en Imbabura desataron las fuerzas del infierno y desbastaron la provincia. El Dr. Fernando Pérez, en ese instante Jefe Político de Ibarra, en su informe al Gobierno Central, dice que en Ibarra existen 9.700 muertos y apenas 553 ilesos; en Otavalo 6.000 muertos; en Cotacachi, 3.400 muertos; en Atuntaqui, 2000; y, en Tulcan, 60. Para comprender la dimensión de la tragedia diremos que en Otavalo no quedó una sola edificación en pié, ni siquiera un muro de 1 metro de alto logró resistir al terremoto y cayó a los suelos;  en Ibarra, apenas unas pocas, mientras que en Atuntaqui y en Cotacachi el número de “casas en pié” se contaban con las manos”.
Setenta años después (70), otro terremoto habría de sacudir la serranía ecuatoriana. El valle de los Chillos, zona donde estaban asentadas las haciendas que brindaban el alimento a la capital y, por supuesto, la hacienda donde el 25 de diciembre de 1808 se reunieron Juan Pío Montúfar, marqués de Selva Alegre, algunos amigos y parientes para analizar los sucesos de España y la idea de constituir una junta que asumiera la soberanía. La conspiración fue descubierta y sus líderes apresados en marzo de 1809. Sin embargo no se les pudo probar nada y fueron liberados. Allí, entonces, ese punto geográfico inicial de lo que sería el Primer Grito de la Independencia, sintió la fuerza de la naturaleza y aunque no se contabilizaron víctimas mortales, el sacudón provocó severos daños en las casas, nuevas fuentes de aguas termales brotaron mientras otras desaparecieron. Hubo deslizamientos de tierras en los cerros circundantes y un ambiente apestoso a azufre quedó flotando varios días en la zona.

Luego, el viernes 05 de agosto de 1949, a las 14H10,  las placas tectónicas en el Ecuador volvieron a reacomodarse, provocando un terremoto de tal magnitud, que una testigo al tratar de explicar su vivencia dijo: “Era como las olas del mar, pero no de agua sino de tierra”. Según los expertos,  esas "olas" reciben el nombre de "ondas visibles" y fueron solo algunos de los eventos que los tungurahuenses sufrieron durante los 40 segundos del destructivo terremoto de 7,8 grados en la escala de Ritcher que asoló la Sierra central del Ecuador.

De acuerdo al Instituto Geofísico (IG), ese episodio telúrico fue de efectos catastróficos, y  quitó la vida a 6 000 personas, arrasó con 50 poblados y afectó a tres provincias: Tungurahua, Chimborazo y Cotopaxi.  

Conocido en la historia como el terremoto de Ambato, tuvo como epicentro la población de Pelileo que desapareció bajo tierra, mientras los poblados aledaños vieron con pánico la destrucción de sus viviendas y la muerte de muchos vecinos.

No habría de terminar el siglo XX, cuando el 04 de agosto de 1998, esta vez en la Costa de Manabí otro evento telúrico provocaría pánico entre los habitantes de la región. 

Todos estos eventos configuran una realidad: el Ecuador es, como todos sabemos, un país asentado entre dos ramales importantes de la Cordillera de los Andes, y siendo América un continente joven, en términos geológicos, su suelo aun es inestable, inseguro y proclive a fuertes y continuos terremotos, tanto a los de origen telúrico como a los de actividad volcánica.
La ciencia y la tecnología deberían ser la fuente de los conocimientos que permitan amenguar las consecuencias de estos movimientos, pero los humanos, necios como somos, preferimos ignorar las enseñanzas de las experiencias y acudimos a una pasividad malsana basada en un conformismo religioso francamente frustrante. 

En todos estos temblores, las edificaciones en base a tierra, sin estructura ni argamasa rodaron por tierra, sin brindar ningún tipo de protección a sus moradores. Quizás en el terremoto de Ibarra podría pensarse este hecho como justificativo a la tragedia que se produjo; pero nadie aprendió y en el terremoto de Ambato, es decir, cuando habían transcurrido 81 años, se evidenció que las construcciones seguían siendo de adobe o adobón, y claro, las consecuencias también fueron catastróficas.

Cuándo sucedió el terremoto de Manabí, parecía que las cosas habían cambiado; muchas de las casas de las ciudades y de las zonas rurales donde se sintió con más fuerza el sacudón,  ya habían empleado otros materiales y sistemas de construcción recomendados para resistirlos: paredes de ladrillos o  de bloques sustentadas en pilares de cemento y hierro y por eso, las pérdidas a lamentar fueron menores que en los otros dos terremotos mencionados.

martes, 16 de agosto de 2011

Gabriela Mistral, la poetiza.

Aníbal Fernando Bonilla F.
 
Sus orígenes fueron humildes. Su condición de maestra fue inmanente. Amó a la niñez, tal vez, como una forma secreta de suplir su vacío maternal, aunque, paradójicamente, se refiera a ella como la mayor obra de arte, el oficio que nunca se detiene y el viaje perdurable. Mistral no fue Mistral. Fue Lucila Godoy Alcayaga. Hija de Jerónimo Godoy Villanueva y Petronila Alcayaga. Desde temprana edad se inmiscuyó en la enseñanza a las generaciones tiernas. Desde luego que la literatura fue parte vital dentro de esa soledad que la acompañó como una sombra en constante acecho. Escribió en verso y en prosa. Personalmente tengo profundo apego por su prosa poética; esa mezcla lírica que le envuelve al lector/a con la metáfora fina y con la aguda interpretación de los hechos que desnudan la condición humana.
Según José Pereira Rodríguez, ella: “Escribía como hablaba: con gracia, con profundidad, con dominio de la expresión y con singular atractivo e interés. Por esto, leerla es escuchar el eco inextinguido de su voz que lucía simpáticas inflexiones melodiosas”.
La grandeza de su figura no fue consecuencia exclusiva del Premio Nobel de Literatura (1945), sino de su desprendida actitud en la búsqueda por construir una sociedad justa, solidaria y libre, sin mayores apasionamientos políticos ni enfoques doctrinarios que -a ratos- obnubilan esos fines altruistas, sino con la tierna presencia femenina y la inigualable reflexión intelectual que sobrepasó barreras geográficas, diversidades étnicas, estratos sociales y niveles culturales. Su grandeza radicó en dedicar interminables horas a la formación de los párvulos, de esos “locos bajitos”, en frase de Joan Manuel Serrat. Gabriela creó poesía y, a su vez, trazó en sus días el enigma que determina el verso. Por eso dijo: “La poesía es en mí, sencillamente, un rezago, un sedimento de la infancia sumergida. Aunque resulte amarga y dura, la poesía que hago me lava de los polvos del mundo y hasta de no sé qué vileza esencial parecida a lo que llamamos el pecado original, que llevo conmigo y que llevo con aflicción”.
 
La literatura que caracterizó a Gabriela Mistral tuvo dos enfoques marcados: la que estuvo dirigida a los infantes a través de las rondas, llena de ternura y transparencia melódica y rítmica. En tanto que la otra, ligada con la vivencia individual, en donde se plasma el dolor, la angustia y el desenfado por los sentimientos terrenales. Al respecto, Aída Moreno Lagos afirma: “La obra poética de Gabriela Mistral puede dividirse en dos partes: la que esta escritora ha llorado sus íntimos pesares o ha puesto alas a sus impresiones de la vida y la naturaleza, y la otra, la que ha dedicado a interpretar el alma de la niñez penetrándola con toda su intuición de educadora inteligente para traducir sus balbuceos o sus anhelos prístinos”.

La propia Moreno sentencia que “la modalidad literaria es tan de ella que sus composiciones, aun sin firma, pueden reconocerse. Y de la aparente desarmonía o desgarbo de sus versos, fluye un conjunto armónico tan íntimo y tan puro que el espíritu al percibirlo parece arrodillarse porque en él presiente el advenimiento de la belleza y de la verdad”.

Mistral vio la luz en Chile, como Pablo Neruda -el comunista de los veinte poemas de amor- , Salvador Allende, los integrantes de lnti Illimani, Víctor Jara, Nicanor y Violeta Parra. Fue cónsul de su país en Génova, Madrid, Lisboa, Nueva York, Los Ángeles y Brasil. Por eso se deduce su obsesión errante, otro de los pilares para la creación literaria. Esas andanzas en medio de la desolación y el desaliento. Pero, desde luego, también entre la esperanza y la utopía por una sociedad distinta.
 
“Hablaba pausadamente, sonriendo, y cuando le aparecía el gesto duro de la araucana que llevaba dentro, sus ojos lucían un brillo sorprendente, como si una luz interior brotase de ellos, para desbaratar sombras e iluminar caminos.


 
La fuerza interior le venía de lo indio y lo vasco que había en ella, y que proclamaba jactanciosamente”,  ilustra José Pereira.

Pero la mismísima Mistral se autodefine así: “Soy cristiana de democracia total. Creo que el cristianismo, con profundo sentido social, puede salvar a los pueblos. He escrito como quien habla en la soledad, porque he vivido muy sola en todas partes. Mis maestros en el arte y para regir la vida: la Biblia, el Dante, Tagore y los rusos. Mi patria es esta grande que habla la lengua de Santa Teresa, de Góngora y de Azorín. El pesimismo es en mí una actitud de descontento creador, activo y ardiente, no pasivo. Admiro, sin seguirlo, el budismo; por algún tiempo cogió mi espíritu. Mi pequeña obra literaria es un poco chilena por la sobriedad y la rudeza. Nunca ha sido un fin en mi vida; lo que he hecho es enseñar y vivir entre mis niñas. Vengo de campesinos y soy uno de ellos. Mis grandes amores son mi fe, la tierra y la poesía”.

Esta radiografía existencial es un cúmulo de ideas y preceptos, y, a la vez, de realidades internas. Gabriela Mistral era dulce  e inflexible. Creadora y luchadora. Reservada y henchida de alegría por la sonrisa inicial de sus alumnas.

Una mujer “hecha rudamente, a cincel, tallada de precipicios” a decir de Volodia Teitelboim.

Muchas cosas se han dicho de su intimidad, llegando, incluso, al extremo de especular su preferencia sexual. Como si eso importara a la hora de deslumbrarnos con el trazo perfecto de su adjetivación, o de asombrarnos por ese estilo inconfundible que aportó positivamente a la literatura hispanoamericana, al igual que Juana de lbarbourou y Alfonsina Storne. Es que así son esos enormes personajes que sobrepasan el umbral de la perennidad, sin inmutarse por la infamia que refleja la mediocridad de los vencidos. Gabriela fue brillante, pese a esa infranqueable oscuridad que le envolvieron sus días y su complicado temperamento. “Si no soy más que una pobre mujer que ha padecido, que enseña niñas y que suele hacer un mal verso cada año. Cuando no enseño, leo: me interesa más el alma de los otros que la mía, cuya monotonía me ha fatigado”.


 
Murió en Estados Unidos, tras un intenso peregrinaje, el 10 de enero de 1957. Hoy  queda su rima exquisita, el fruto de la angustia y el temblor de su poesía; “Guedejas de nieblas/ sin dorso y cerviz/ alientos dormidos/ me los vi seguir,/ y en años errantes/ volverse país,/ y en país sin nombre/ me voy a morir”.

domingo, 14 de agosto de 2011

Jerónimo, el libre


JERONIMO; hombre libre

“¡Te ves tan indefenso con el pañal blanco y tu camisa azul!”

Nunca te tuve cerca a mis ojos. Jamás conocí tu rostro ni tus ideas y sentimientos ya que el tiempo y el espacio se empeñaron en alejarnos, en no dejarnos conocer, en impedir que fuésemos amigos.

Nací varios años antes de que naciera tu madre, por eso pertenezco a una generación que creía que  las diferencias desaparecían cuando se las ignoraba; y, en una provincia ubicada al norte del Ecuador, mientras que tu nacías en una provincia austral; en ambas, en la tuya y en  la mía, como en todas las del país,  la ignorancia era una forma de vivir: ocultar a la mente, por ejemplo, las causas biológicas que provocan  las diferencias  en el color de piel, en el tamaño de las personas o simplemente en su comportamiento. No eramos culpables de haber nacido en la sociedad que nacimos, pero sí teníamos la obligación de modificar comportamientos y no siempre estuvimos a la altura de esas responsabilidades.

La primera vez que conocí de tu existencia, ya tú habías aprendido a volar sin límites, te habías apoderado de todo el espacio y ni soles ni astros podían impedir tu presencia. Eras libre en la inmensidad del infinito sin tiempo ni espacio. Así es que nada hacía prever que algún día te conocería y te sintiera mi amigo.

“Sé que es un ángel; le gusta sonreír y dejar que lo abracen; siente un placer especial con la música; se queda muy quieto cuando coloco cajas musicales a su alrededor o cuando dejo que oiga muy suaves canciones para contemplar su alegría o los ligeros estremecimientos que lo sacuden, demostrando su agrado y felicidad”.

Es que, sabes Jerónimo, tu madre escribió tu historia. Podría suponer que fue una catarsis al que ella debe haberse sometido para extraer el dolor que debe haberse anidado en su espíritu cuando te fuiste. Podría, también, suponer que ella escribió tu historia para que otras madres, de niños especiales como tú, puedan mirar desde otra óptica la presencia en sus vidas de seres diferentes. Podría, en fin, podría usar mi imaginación hasta el infinito, tratando de entender la razón o las razones que tuvo la escritora; pero, sabes, la verdad sólo la tiene ella misma; a mí, no me interesa adentrarme en sus ideas; lo que yo quiero es conversar contigo porque de alguna manera eres el representante de lo “diferente”, de los pequeños o grandes seres que deben sufrir el dolor de no ser iguales, de ser ángeles que abren la mente de quienes por temor o cobardía no queremos entender que la vida es hermosa porque es el escenario donde múltiples, millones, la verdad, de actores  tocan diversos instrumentos, miran en blanco o negro o deciden hacerlo tras el cristal de uno de los colores del arcoíris.

“Jerónimo: oigo decir a las madres que sus hijos sacan buenas calificaciones, que progresan día a día, que luego serán personas  importantes, y sonrío. Te he aceptado como eres, después de la sorpresa, de la angustia, del creer que el mundo se acaba y que nada tiene sentido; he comprendido: eres un niño especial, nacido para ser querido y rodeado de atención”.

Hace poco más de veinte años, es decir, cuando tú viniste a este mundo, nuestro país, el tuyo y el mío, no estaba consciente de que los seres diferentes tenían, al igual que todos, un cuerpo que presentaba alguna anomalía, una inteligencia, enfocada en determinados temas y en ocasiones superior a la normal, sentimientos y emociones muy a flor de piel, lo que les empujaba a reír y a llorar con verdad y dignidad.

Han pasado varias décadas desde tu visita a esta tierra, ahora en el Ecuador, los seres como tú tienen abierto muchos espacios; no son suficientes es verdad; tampoco son sinceros, aún quedan rezagos de caridad que no de justicia, de conmiseración que no de entendimiento, pero espacios al fin de los que se vienen aprovechando niños y jóvenes como tú, que muestran al mundo la sensibilidad en el arte. La orquesta de SINAMUNE es un buen ejemplo de ello, allí en sus conciertos, a más de la finura y técnica en la interpretación de los instrumentos, brilla la emoción y los sentimientos con los que sus intérpretes sienten la música y la viven.
También, de unos años a esta parte, una fundación encontró en el deporte, el sitio especial en el cual, los niños y jóvenes con síndrome de Dawn, muestran su fortaleza, su concentración y su afán de perfeccionar su solidaridad. Imagínate,  muchos de ellos han participado en competencias deportivas internacionales, las “Olimpíadas Especiales” con jóvenes de todo el mundo y han logrado ubicarse en los primeros lugares. ¡Ah! Pero eso sí, el primer lugar en la alegría de participar y en la solidaridad demostrada dentro y fuera de la cancha no los quita nadie, porque nadie siente como ellos el valor de “compartir”.    

“Jerónimo, eres mío, mío, más que ningún otro hijo que la vida pueda regalarme; me necesitas y yo a ti. Tu serás siempre el compañero alegre, el angelito empeñoso en aparecer limitado para probar a las gentes, no obstante poseer en el fondo de tus ojos una chispita traviesa, que a veces ilumina cuando  se siente aceptado y comprendido, o se apaga desilusionada cuando alguien cree que debe compadecerlo o lo piensa como un obstáculo para sus padres”.

“Aspira el aire con deleite, sus manos expresivas se tienden hacia arriba tratando de atrapar algún ser alado de esa gama infinita que se le muestran a cada instante: motas de polvo que brillan, briznas de hierva casi inimaginables para mí, polen de color amarillo que se dirigen en remolino a fecundar otra flor; son tantas cosas lindas que no pasan desapercibidas para él; el color de los tomates colgados de los árboles, esa rosa mertiolate que ha dejado de ser botón, el deslizarse cauteloso de las patitas de algún pájaro”.

Ya ves, pequeño Jerónimo, por qué me animé a escribirte. Ahora comprenderás las razones que tuve para decirte que eres como el símbolo de un proceso que a lo largo del tiempo hemos tenido que emprender los seres humanos, con el objetivo de incluir y no excluir a los diferentes, a los “maravillosos angelitos” al decir de tu madre, la autora del libro, como parte de nuestra vida y hacerlo con el corazón abierto y sincero, sin compasiones hipócritas ni con ambiciones desmedidas.

“Jerónimo es así; no le interesa aprender a manejar la cuchara o erguirse derecho, tampoco cree que tenga importancia que su cuello sea poco firme; para él es mucho más valioso conversar en lenguaje misterioso con la brisa o con las gotas de agua que se le quedan en el rostro cuando lo baño. Le deja un sabor verdaderamente delicioso el saber que lo queremos.

Somos tan breves, tan pasajeros. Jerónimo; no importa el tiempo que se viva, sino la huella que esa vida deja en otros seres humanos, y tu huella es grande en mi espíritu”.

Desde que abandonaste este mundo, ya no tienes límites. Vuelas por todos los cielos, conversas con Dios y con todas las criaturas, sin importar color, género o idioma, porque tienes, como todos los tuyos el espíritu libre de las vulgares ataduras que aun nos estorban a los que aun permanecemos en esta tierra.

“Ya no tiene limitaciones. Se levanta completamente erguido, corre y también puede volar”.

jueves, 4 de agosto de 2011

El Irreverente. "Pájaro Febres Cordero.

Según sus propias palabras: “desde siempre, siempre, siempre, siempre, desde siempre, desde el vientre materno he odiado el poder, he sido libre”. Y esa libertad es la que define a Francisco Febres Cordero, este personaje a quién alguna vez le pregunté ¿Cómo te llamas?  Y él me respondió: “Pájaro Febres Cordero”.
Es que el Pájaro pertenece a esa minoría de seres humanos que ha transitado su experiencia con nombre propio. Su nombre no es el que heredó de sus padres: Francisco, no; ese no es su nombre. Su nombre es Pájaro y es tal su identificación con este nombre que cuando alguien tiene la osadía de recordarle el otro nombre y le llama por él, el Pájaro, simplemente, no le responde, porque no sabe que se llama Francisco, él está consciente de que se llama “Pájaro”.

Ahora, claro, que si ustedes creen al Pájaro le nacieron alas y aprendió a volar, están medio acertados y medio errados. No tiene alas, no puede competir con ningún avión por un espacio en el aire; pero su ilimitada imaginación y su pluma cargada de humor y picardía le permiten sobrevolar el ancho espacio de la realidad social en la que vivimos con una soltura e ironía que más de un político quisiera que no fuera así.
“Yo soy un pájaro de tierra que no aprendió a volar. Soy como los pingüinos, o como el cormorán de Galápagos, tengo los pies bien puestos en la tierra.” 
Pero, qué ha hecho este personaje para ser entrevistado, para que conversemos con él en busca de ese algo indefinido que abre la mente al entendimiento de la realidad cotidiana. Alguna vez, en una entrevista dijo: “Mi vida ha estado ha estado orientada al periodismo”.
No le creí. Si aceptamos que el periodismo es el buscar diariamente la noticia, de callejear y sudar tras la noticia, entonces el Pájaro no es periodista; pero si entendemos que el periodismo es también la confrontación de ideas, de mirar la realidad desde la perspectiva del cirujano que con el escalpelo de su palabra disecciona los hechos y sus actores, entonces el Pájaro es un periodista y con varias décadas de ejercicio profesional. “Los medios han sido para mí, el canal por medio del cual he podido expresarme. Allí he ido forjando una forma de expresión, un estilo, pero es por este ejercicio, por este contacto diario de tantos años con la escritura”. Ese estilo no es definible, pero está compuesto de palabras de nuestro pueblo, de connotaciones propias de por aquí, que por fuera, por la superficie no dicen nada, apenas una conjunción de letras y sonidos, pero que en el fondo esconden significados que mueven el piso del entendimiento y arrancan más de una sonrisa, o quien sabe, una carcajada.
El pájaro siempre ha dicho lo que quiere decir. Es algo consustancial a él.  No creo que hubiera podido aceptar sugerencias, peor cortapisas. 

Pero, ¿cuándo descubrió el humor?
Comencemos, ¿es el humor una característica humana, que nos diferencia del resto de criaturas animales?  Hay quienes sostienen que sí, que la risa o, mejor dicho, el sentido del humor es propio de los seres humanos, y por lo tanto todos deberíamos guardar en nuestro interior esa capacidad de torcer la lógica de la realidad y arrojarnos al terreno de lo extraño, del absurdo, de lo no pensado donde se cultiva el humor. Pero no es así. Hay quienes tienen el don de provocar la risa, si no fuera así, no existirían los payasos; pero otros no llegan a tanto, apenas si pueden contar cuentos, hechos o anécdotas que arrancan una risa o una sonrisa a quienes les escuchan. El Pájaro no pertenece a ninguna de esas categorías. El Pájaro se adentra en los meandros del humor cuando escribe. Teniendo frente a uno a ese personaje, flaco, nervioso, que ríe con facilidad con evidentes síntomas de nerviosismo o timidez, uno no concibe que pudiera coincidir con aquel otro personaje que está presente tras sus artículos. Es en sus escritos donde encontramos el humor ácido que corroe el Poder, cualquier Poder, porque según sus palabras, el Pájaro no soporta el Poder. “Tengo que decir,  desde siempre, he odiado el Poder, todo tipo de poder: el Poder de los curas, en el colegio; el poder de los profesores en la escuela; todo tipo de poder. Yo creo en un ejercicio de libertad, quizás soy más cercano al anarquismo  y eso ha hecho que siempre tenga esa confrontación”.
Precisamente, ese odio al poder fue la causa de que en el colegio escribiera para los periódicos murales, ciertas frases en las que compañeros y profesores fueran descritos y cayeran en algo cercano a lo ridículo, sin que las autoridades pudieran “desquitarse” del autor de esas frases. El Pájaro aprendió que podía liberarse de esa carga, de ese odio a través de algo que se llamaba y se sigue llamando: humor.
Luego, tras la muerte de su padre, y por pedido de su madre, debió ingresar a la universidad, pero me atrevo a afirmar que la universidad no entró en él. Los códigos no llenaban su inteligencia ni su vida, y por eso, cuando descubre el teatro, la comedia humana descrita en la literatura, resulta deslumbrado y piensa que eso era lo que llenaba de significado su existencia.
A muchos de su generación les pasó lo mismo, quizás porque eran los días de rebelión en el mundo, todo era cuestionado, nada era inamovible y los jóvenes no vacilaron en desafiar el Poder. Las revueltas en Paris, en México, en Estados Unidos o en Japón, mostraban signos inequívocos de inestabilidad social. En el Ecuador también los jóvenes manifestaban con estridencia su disconformidad con lo establecido. Pero, claro, el Pájaro tomó su propio camino: el de la irreverencia.
 “Comencé en el diario El Tiempo, redactando las primeras columnas, casi por una imposición del director, Carlos de la Torre, quién me dijo: Pájaro, tú tienes que escribir una columna en la página editorial.  En esa página escribían “Los Picapiedra” que ya usaban este estilo “en serio y en broma”, que eran terriblemente duros, producto de una enorme inteligencia. Obviamente yo no pertenecía a ese grupo, ni por edad ni por calidad. Pero, ahí comencé mis columnas; escritas, digámosle así, con guante blanco, fingiéndome el inteligente, el sesudo, porque yo creía que eso era escribir una columna. Obviamente, eso me sirvió para acercarme a la palabra, para respetarla, para aprender ese sentido del ritmo, de la frase.  Pasaron los años, pasé al diario HOY, y un día, como que me desencorbaté, me emblulliné, y entonces comencé a escribir de otra manera, de una forma quizás inconsciente. Yo soy muy visceral, yo sigo el dictado de mi corazón, de mis tripas, más que de mi cerebro. Y, entonces, esta cosa distinta fue naciendo, y esa palabra a la que yo le había tenido tanto respeto, por tantos años, como que fue para mi un reto, el diseccionarla, cambiarla, modificarla. Como que también ese lenguaje cotidiano, ese lenguaje de la esquina, ese lenguaje de la calle fue incorporándose a mi propio idioma. Si, yo digo ¡chuta! Y “chuta” también se queda escrito; digo ¡masmejoresmente! Y por ahí, asoma un “masmejoresmente” y así. Entonces, fue más bien un juego, una cosa más bien lúdica, que se fue quedando, formando un estilo”.

 
Y continúa: “Yo enfrento un artículo, como me nace. Entonces, a veces me nace escribir, digamos así, en forma seria y a veces me nace escribir con humor. Y, no solo eso, sino que en ocasiones, a mitad del artículo, de que eso está pataleando, de que no quiero expresarme así, y cambio. Un artículo que pudo comenzar siendo de humor, termina siendo serio y nostálgico; y al revés, un artículo que comenzó siendo serio va adquiriendo otra forma a la mitad; entonces regreso al principio y voy transformándolo. Es, como te digo, una forma visceral con la que yo enfrento la escritura”.
EL PODER DEL PÁJARO
Probablemente el Pájaro sufra las consecuencias de su propio humor. Él dice que se opone a todo tipo de poder, y ¿se opondrá al poder que él mismo tiene? Es que no podemos negar que sus artículos inciden en la visión que sus lectores tienen de la realidad y les mueve o “manipula” su pensamiento. Se defiende asegurando que si tiene poder, como lo acusan, ese poder es inconsciente, que él no ejerce ni una pisca de poder. “No ejerzo ese poder, ni para acercarme más rápido a la ventanilla en un banco, o para saltarme la cola para las votaciones, no, no, no, no ejerzo el poder. Probablemente lo tenga, pero a pesar mío”.
SOY EL QUE PUDE
Pero esa irreverencia y ese humor ácido, el Pájaro no ejerce únicamente sobre los otros. Lo extraño es que lo ejerce también contra si mismo. Sí, el Pájaro tiene la osadía de reírse de si mismo y de su familia; por eso, algún día se atrevió a escribir o borronear un libro en cuyas páginas encontramos las historias escondidas o dicha en voz baja, que existen en todas las familias y por supuesto en la suya. Tíos, tías, primos, primas, hermanos, hermanas, esposa y hasta hijo, son protagonistas de este libro. En sus páginas escritas con ternura, a más de ese humor propio del escritor, estos personajes salen bien librados, porque a pesar de sus errores demuestran que no son otra cosa que seres humanos que para ganarle la apuesta a la vida, a veces tuvieron que hacer trampa, tal como lo dijo alguna vez el cantor. 
Pajarerear es no tomar en serio, jugar, jugar.  Pajarerías tiene un origen que es la burla de mi mismo. Yo creo que cualquier persona que hace humor, debe comenzar por ahí: no tomándose en serio. No tomarse en serio a si mismo, para no tomar en serio a los demás, no tomar en serio a la realidad. Pajarerías es ver al mundo desde otra óptica, es un juego, un escarceo, por mi propia historia, la historia de mi familia, de mis hijos, y en ese sentido es también muy cotidiano. A todos nos ha pasado estas cosas que yo cuento, yo las he recogido porque de alguna forma me impresionaron, me marcaron. Pero son esas cosas cotidianas que nos ocurren en el hogar. Es ese juego, también, con la palabra, esa falta de respeto a la academia, es ver la vida con una óptica distinta que es la óptica del humor. Entonces, “Pajarereías” tiene como meta solo eso, un humor intemporal, un humor que no es político, un humor que busca que, ojalá, a alguien sirva para sacarle una sonrisa”.
 Entonces, ¿quién es el Pájaro? Mejor dejemos que él mismo se defina: “Eugenio Aguilar, era el Editor del diario El Tiempo, y él alguna vez me dijo: “Pájaro, los periodistas somos como las prostitutas, vivimos al día.” Eso se me quedó y así vivo. Yo voy alimentándome de lo cotidiano, no pienso en el futuro.

 
No piensa en el futuro, pero con sus palabras escritas en sus artículos, construye el futuro de todos nosotros.
Su humor irreverente es el heredero de una larga tradición de periodistas ecuatorianos que a lo largo de la historia han sido capaces de entrar en el alma del pueblo ecuatoriano que frente a las adversidades ha encontrado en el humor la fuente de su catarsis.
“La Escoba” escrita en Cuenca,   “La Bunga”, publicada en Quito, “Tomás del pelo” en Guayaquil,  entre las revistas humorísticas más destacadas, Los Picapiedras entre las columnas de opinión y “El indio Mariano”, “El mosquito Mosquera”, “El Miche” y  “Don Evaristo Corral y Chancleta” que desde las tablas de los escenarios o el césped de un parque, son apenas una muestra de que el humor forma parte consustancial de nuestro espíritu y de la identidad nacional, a la que ha contribuido, en forma irreverente, el “Pájaro” Febres Cordero.

miércoles, 27 de julio de 2011

El Soñador, Plutaco Cisneros

Cuándo aún las sombras negras de las noches, allá por los años 50 del siglo pasado, la pequeña figura de un niño caminaba por las empedradas calles de Otavalo. El pequeño, para vencer el sueño pensaba en que su diaria tarea servía para ayudar a su madre y para vencer el miedo a la oscuridad, su imaginación le construía sus sueños. De sus brazos infantiles, colgaban un par de canastas de carrizo, mientras sus pasos los dirigía hacia los hornos de leña, a comprar el pan que luego su madre vendería a los vecinos del barrio para, de esa manera, ganar unos centavos de sucres para el sustento de ella y de su hijo.

Hijo del amor, antes que del matrimonio, Plutarco Cisneros, desde niño sintió la falta de una figura paterna en su hogar, aquella que, por aquellos tiempos, estaba más ligada a la de proveedor que a la de guía y compañero. A pesar de los esfuerzos de su madre, que cosía mientras atendía la tienda del barrio y las travesuras de su hijo, los recursos económicos escaseaban en su hogar. Quizá por ello, o quizás por otros motivos desconocidos, Plutarco desde niño aprendió a ser organizado y a organizar a los otros niños. Era, por así decirlo, el líder que, pendiente de los detalles llevaba a buen término los juegos y aventuras de sus compañeros de escuela y de barrio.


Hay quienes para superar el dolor de las ausencias, de las dificultades, de las exclusiones acumulan resentimientos y venganzas; y hay quienes lo hacen adhiriéndose al bando de los constructores. Los primeros gastan su vida con gestos de revancha y rictus de destrucción contra los que creen que fueron o son los culpables de sus lágrimas; los segundos no buscan a esos culpables, ellos intentan encontrar las causas que provocan esos vacíos y esas fallas para enmendarlas.

Plutarco es constructor; no porque haya estudiado y graduado de arquitecto o ingeniero en alguna universidad, sino porque sus sueños, basados en la realidad, se levantaron a lo largo del tiempo para modificar aquella parte de realidad que debe serlo. Como verdadero constructor no utiliza la demolición sino en aquellos casos en que ya no existe solución. Cuando su sentido común le indica que es posible reconstruir sobre las ruinas de lo ya abandonado, no vacila en hacerlo y lo complementa con las nuevas ideas que surgen bulliciosas, cada día, cada hora, cada minuto de sus sueños.


La escuela y el colegio cambiaron su cuerpo y su mente, pero no cambiaron sus ambiciones. Por aquellos años, los efervescentes “60” del siglo XX, los sueños juveniles se centraban en ser un profesional famoso; ingresar al magisterio o a un puesto en la burocracia; alguno quizás aspiraba a algún día llegar a ser Diputado o Ministro; en fin, los sueños más tenían de logros profesionales que de realización de vida, de metas de satisfacción. Es que en el país se estaban gestando las condiciones para construir una sociedad de títulos antes que de saberes; cuándo alguien quería alcanzar un “mejor nivel de vida” debía hacerlo con un título universitario bajo el brazo. Por eso, cientos, quizás miles de estudiantes de provincias debían abandonar, por meses, su terruño y acudir a los principales centros urbanos principales del país a estudiar una carrera, ya que cerca de sus hogares no había instituciones de educación superior, apenas había uno o dos colegios de secundaria o media: el fiscal y, tal vez, uno privado. Ante esa realidad, cada octubre, los asientos de los buses de transporte interprovincial viajaban abarrotados de estudiantes y sus techos cubiertos de maletas, baúles y cajas con los enseres que los jóvenes transportaban a su temporal destino.

Tras nueve meses que duraba el ciclo escolar, para julio, los vientos anunciaban la presencia del verano; el calendario marcaba el tiempo de las pruebas finales en la universidad, y el ánimo junto a las maletas se preparaban para el viaje de retorno a la provincia.


Pero, por suerte, no todos coincidían en esas visiones. Plutarco Cisneros, era, por decirlo de alguna manera, un pacífico rebelde más ligado a sus sueños y a su tierra que a títulos y reconocimientos sociales. Si bien acudía a las aulas universitarias, en su mente y en su corazón sabía que ese no era su camino, que su destino debía buscarlo en otras fuentes. Por eso, cuando en una conferencia dictada por Paulo de Carvalho Neto, Agregado Cultural de la embajada de Brasil en nuestro país, sobre Folklore, un destello deslumbrante le quemó el alma. Eso era lo que buscaba, eso era el objetivo de vida a alcanzarlo.

El abandono de sus estudios no fue del agrado de su madre, pero la decisión estaba tomada.

Pero el ideal estaba incompleto. El folklore en sus manifestaciones superficiales es un atractivo para turistas, pero Plutarco, por experiencia vital propia, sabía que sería insuficiente como para transformar la exclusión social que existía en Otavalo, ciudad en la que habitaban y habitan dos grupos humanos bien definidos y poco integrados: el indígena y el “misho” o mestizo y que en muchas ocasiones, como aquella que se produjo en sus años de secundaria, en Pucará Bajo de Velásquez, se transforma en violencia asesina y sangrienta.

Del folcklore a la antropología existen varios pasos, y Plutarco, no sé si consciente o inconscientemente, los dio. Y digo inconscientemente, porque en aquellos días la palabra Antropología no existía en el diccionario académico del país. Nadie sabía ni entendía el significado de esa palabra; por eso tras el retorno a su ciudad natal, en las caminatas y reuniones de amigos, Plutarco fue dando forma a la idea que había surgido en su mente a partir de esa charla y de posteriores conversaciones con el Profesor Carvalho. Debía crearse una institución que, abandonando esa actitud paternalista que miraba al indígena como un ser humano al que había que extenderle la mano para ayudarlo a integrarse al desarrollo de la ciudad y del país, lo conociese como lo que realmente lo es: un ser humano con derechos y deberes, poseedor de una cosmovisión diferente, ni mejor ni peor, apenas distinta, para emprender el camino en calidad de socios igualitarios y amigos.

Con el compromiso expresado por nueve amigos, Plutarco formó el núcleo básico de lo que sería el Instituto Otavaleño de Antropología, institución académica que tantos aportes daría al país, a lo largo de su vida: investigaciones antropológicas, cursos, nuevas investigaciones, discusiones, y nuevas investigaciones, mesas redondas y más investigaciones, conferencias y, claro, nuevas investigaciones. De esos días y noches académicas surgiría la creación del primer museo antropológico de la ciudad que recoge muestras de la forma de vida de los habitantes de la Sierra norte del país. De los diálogos en el Instituto nacería la decisión de convocar al Primer Congreso de Kichua, que, entre otros resultados, daría paso a la creación de la grafía de este idioma. De sus deliberaciones surgirían las primeras ideas de lo que luego serían las “políticas culturales” del Ecuador.

Tantos y tan importantes aportes al país no hubieran sido posible sin la concreción de ese sueño y de los aportes económicos del Estado, del Municipio y de la audacia juvenil de este personaje que cargado, apenas con su sueño y una sonrisa, tuvo la osadía de acercarse al Gerente del Banco del Pichincha, a pedirle que le venda los terrenos de la hacienda San Vicente, ubicada en el norte de la ciudad, pero con la condición de que le pagaría con el dinero que, estaba seguro, produciría la urbanización de estas tierras.
Había creado el IOA y había lanzado el crecimiento de su ciudad hacia el norte, hacia terrenos más aptos para vivir.

Capitalizado el Instituto Otavaleño de Antropología, el siguiente paso fue la construcción de su sede. En la maqueta inicial, el arquitecto otavaleño Virgilio Chávez, plasmó las ideas de Plutarco, determinado área académicas, de investigación, de administración y un galpón destinado al funcionamiento de una gigantesca planta editorial que según el sueño de su creador debía servir para imprimir todo lo que el Estado y el gobierno central necesitara, así como las obras de investigación que salieran de la Academia. La llamada “sucretización de la deuda” provocó el cierre de la Editorial “Gallo Capitán”.

Si bien, él mismo no se había dedicado de lleno a las tareas investigadoras, sus aportes intelectuales están presentes en sus artículos y libros escritos al calor de su pasión por Otavalo. Aportes condensados en otro de sus sueños: el periódico “Presencia” que circuló por varias décadas antes de su desaparición. Allí están sus ideas y conceptos en palabras nuevas como “otavaleñidad” que luego sería aceptada por otras ciudades, cantones y regiones, que comprendieron que en una palabra puede encerrarse todo el amor al terruño y mover a sus gentes a demostrarlo en obras; así, ahora resulta común oír de la quiteñidad, de la guayaquileñidad, de la “…….dad”

Otro de sus aportes conceptuales lo hallamos en sus textos cuando nos habla de la diferencia entre “chagritud” y “chagrería”. Al primero lo llena de las virtudes cívicas que están presentes en el campo, en lo rural; mientras que a la segunda palabra, la desprecia por la superficialidad de lo banal y postizo que encierra.

Pero, más allá de las palabras, a Plutarco, el soñador habrá que juzgarlo y recordarlo por sus obras.
Con el paso de los años, las actividades del Instituto empezaron a decaer, pero no el ánimo de su creador. Había que renacer y para ello, él tenía las armas más poderosas del ser humano: su imaginación y sus sueños. Como Instituto debía cumplir una tarea académica, de difusión de ideas. Si la publicación de las obras era insuficiente, entonces había que buscar otro camino. La creación de una Universidad en la ciudad fue la respuesta.


Nuevamente, esos jóvenes, que ya no eran tan jóvenes como en los años 60, empezaron a caminar en los pasillos y oficinas de Ministerios, Congreso y tantas otras cuantas fueran necesarias hasta obtener los documentos necesarios para el funcionamiento de la soñada universidad.

En diciembre de 2002, como un regalo de Navidad, Plutarco volvió a su querida Otavalo, con todos los documentos en regla que le permitían abrir las puertas de la Universidad a los jóvenes de la comarca.

Otavalo no será la misma sin la presencia de estas dos instituciones surgidas de los sueños de amor por su terruño de Plutarco Cisneros Andrade.